Daniel (50) vive en un abrumador y rutinario aislamiento por el dolor de malas decisiones tomadas en su vida. Su día transcurre negando su tristeza en la compañía de su perro “Pulento”, a quien saca a pasear, alimenta y cuida. Con el fin de aplacar su soledad, intenta una relación informal con Rayen (35), o bebe con su amigo Jorge (60). Más al final del día todo sigue igual, y Daniel vive en un ciclo permanente de emociones ahogadas en piscolas y la compañía de su fiel “Pulento”.